Muchas veces pensando en nosotros mismos sobre el éxito, popularidad, felicidad o nivel de vida alcanzado, para hacernos una idea de en qué posición nos encontramos; acabamos comparándonos con nuestros conocidos más cercanos o con los famosillos de la prensa rosa, amarilla o económica.
Después de todo lo que nosotros realicemos, como por ejemplo la compra del mejor coche del mercado, de las mejores prendas de vestir, el súper Smartphone, sí, nos dará autoestima.
¿Pero nuestra magnitud lumínica en el cielo oscuro del ego, puede ser percibida con la misma intensidad de quienes nos comparan, para ellos mismos valorarse?
Hay estrellas, que no valoramos porque estamos ensimismados o cegados con el brillo artificial de quienes nos jalean o adulan.
Hay estrellas “de poca magnitud,“ cercanas a nosotros de cuyo brillo o espectro nos alumbramos, dejándonos guiar por su parpadeo y vibraciones.
Quiero llamar la atención sobre esa estrella que a muchas generaciones de jóvenes nos alegró la pena o la alegría de lo que suponía entrar en quintas. Llenó de música noches y días enteros de ronda, siempre con su acordeón colgado de los hombros, nunca tuvo una mueca de desagrado y siempre sin fatiga aparente.
Mis miradas de admiración a ese hombre, Antonio, alias el acordeonista, esa estrella tímida del cielo de Valverde del Fresno que ha iluminado muchas noches del frío enero.
Errante por las calles de mi querido pueblo siempre en el anonimato, fuerza que rumia penas y da alegría.
Antonio quizás ha elegido seguir la anónima senda del olvido. Pero yo quiero darle las gracias, porque con su mejor hacer y sacrificio también alegró una de mis noches de ronda.
César Corredera.
¡Gracias a Antonio Corredera por la corrección del texto,
a Gustavo Corredera y a la quinta de 1965 por la foto!